miércoles, 31 de diciembre de 2014

Viaje a España: Segunda Parte, Toledo

Decir que Toledo es complicado y que es difícil desplazarse por sus calles es como decir que entender la Física Cuántica el un poco difícil; en otras palabras, es una gran atenuación de la realidad. 

Salimos de Aranda de Duero felices porque  el inicio de nuestro viaje había comenzado muy bien. Si mis escasos lectores leyeron lo que escribí respecto a Aranda (en un escrito anterior) sabrían que corrimos con suerte al llegar cuando ese simpático pueblo celebraba las fiestas de la virgen patrona.  (Mucha música, baile, cordero asado y visitas a las bodegas, las tradicionales cavernas donde se guardaba el vino.)

Por lo tanto, después de celebrar mi cumpleaños y de disfrutar algunos días ahí, nos dirigimos hacia el sur, es decir, hacia nuestra próxima parada: Toledo.

Aranda es un pueblo antiguo; sus calles son estrechas y la urbanización complicada como uno lo espera de estos vetustos pueblos. Pero, encontramos que las fiestas estaban sorprendentemente bien organizadas; por lo tanto, no nos fue difícil trasladarnos o encontrar un lugar donde estacionar el auto.

Por ello, esperábamos que Toledo, siendo una ciudad más grande y muy visitada, estuviera aún más organizada. Nos equivocamos.

Llegar no presentó un problema. Las carreteras españolas ya son muy diferentes a los senderos rupestres pavimentados que encontré en los años setenta y ochenta. Hoy en día, conducir en ellas es no solamente muy seguro sino un verdadero placer.

Vía la carretera A1 y la A2, son unos 250 kilómetros de Aranda a Toledo, unas dos horas y media de viaje a la velocidad que yo acostumbro.  Llegamos a Toledo al mediodía.

¡Bien! Entonces, ¿qué es lo que procedía hacer? Encontrar el alojamiento que habíamos reservado a través de Air BandB para nuestra estancia en Toledo.

Al entrar a la ciudad, me imaginé que localizar la dirección donde nos alojaríamos no sería fácil. Aún desde lejos la ciudad me parecía complicada:



 las calles que nos llevaban al centro de la ciudad eran sinuosas, estrechas y abarrotadas con tráfico de vehículos. La avenida, por la que entramos, seguía subiendo y subiendo hasta que llegamos a un lugar que parecía ser el centro de la ciudad. Había un enorme edificio a mi izquierda y una serie de comercios y restaurantes a mi derecha. Frente al gran edificio había un señalamiento de estacionamiento limitando este a media hora; estacioné el auto en el único lugar disponible.

"Intentemos de nuevo con el GPS," le dije a mi esposa. El GPS había desistido encontrar la dirección que yo había tecleado. Parecía estar confundido pues ofrecía una ruta imposible que utilizaba calles que no existen. Decidí que sería mejor estacionar el auto en un garaje cercano y que después de comer algo haría lo que siempre hago en estas situaciones:  le pediría a un taxi que fuera a la dirección indicada y le seguiría en mi auto.

Entramos al restaurante de un hotel que esta a media cuadra del garaje y frente al gran edificio que luego descubrí es el famoso Alcázar de Toledo; este es el enorme edificio que domina la vista de la ciudad en la foto que se encuentra arriba.

La comida del restaurante estuvo abominable. La mayor parte del menú era comida chatarra, y mala comida chatarra hasta eso.

"Toledo no es como yo lo recordaba," dijo tristemente mi esposa.

"Nada lo es cuarenta años después," le dije.

Ella tenía agradables recuerdos de la ciudad porque sus padres le había traído a Toledo cuando ella era una joven mujer.

Terminé de comer la "tostada" que ordené y puedo decir que jamas pediría otra como esta, a menos que fuera bajo amenazas de castigos severos o verdadera hambruna. Era un pedazo de pan seco, sin sabor, con queso aún más seco que el pan y también sin sabor alguno; sobre el queso había migajas de "chorizo," identificable solamente por que el menú aseguraba que de eso eran los objetos color rosa que estaban sobre el queso.

"OK," dije una vez que había pagado los exorbitantes veinte euros por la "tostada", una cerveza y una gaseosa que tomó Claudette, "vamos a encontrar la calle."

Pensé que la mejor manera de iniciar la búsqueda sería preguntando a la persona que nos había atendido en el garaje. Tendríamos que ir en nuestro auto de todos modos; por tanto, sería matar a los dos pájaros proverbial con una sola piedra. Nuevamente, me equivoqué.

Fui hasta la caseta donde estaba la persona que atendía y le mostré la hoja donde yo había imprimido el número del edificio y nombre de la calle donde nos alojaríamos. Le pregunté:

"Perdón, ¿me puede decir cómo puedo llegara hasta esta dirección?"

El tipo le echó un vistazo a la hoja, se rascó la cabeza, se talló el mentón, se quitó la gorra y se la puso nuevamente.

"Pueh, mire uté," dijo con fuerte acento andaluz, "si quiere uté llegá allá, a esa callecilla, pue tiene ute que ir a la entraaa, del pueblo y luego tomá el camino que va po la ejpalda del pueblo, y luego llegaaa hasta un barrio que no lecueldo como se llama, pero que tooo mundo sabe cual eh, y luego estando ahí, pue, como si ute quisiera ir a, pue, el centro de la ciudaaa..."

"Muchas gracias," le dije, "creo que ya entendí como llegar."

Le hice señales a Claudette de que me siguiera y salimos del garaje.

"¿Qué, no nos vamos en el auto?" me preguntó.

"En México," le dije, "utilizamos un adjetivo, "cantinflesco", en honor al famoso cómico Cantinflas, quien era famoso por poder hablar quince minutos sin decir nada. La indicaciones que me dio el tipo este fueron "cantinflescas." Creo que será mejor preguntar a otra persona."

En la calle, busqué un taxi pero después de varios minutos, ninguno había pasado. Por lo tanto, detuve a un sujeto que llevaba una de esas cosas de dos ruedas que se utilizan para portar objetos pesados. En México, les llamamos "diablitos."  No me pregunten por qué.

"¿Perdón," de dije, "me puede decir donde está esta calle?" Le mostré el papel impreso.

"Ah, si," dijo. "No está lejos. De hecho, yo voy hacia una calle que no está lejos de esta. Me pueden seguir, si gustan."

"OK," le dije a Claudette, "vamos a seguir a este tipo y..." 

Pero, Claudette no estaba a mi lado. Estaba tomando fotografías en el otro lado de la calle.



"Claudette," le grité, "¿qué estás haciendo allá? Vayámonos! Tenemos que seguir a este tipo."

Y nos apuramos a seguir al del diablito. El tipo nos platicaba animadamente sin parar al conducirnos cuesta arriba por estrechas calles y cuesta abajo por estrechas calles. El pavimento empedrado estaba áspero y desigual. El tipo, un Rumano, nos dijo que le gustaba Toledo porque le recordaba a las viejas ciudades fundadas por los Romanos en su país. A mi me recordaba más a las trampas turísticas de Francia, como Carcassonne y Corde sur Ciel, pero no lo dije.

Después de unos quince minutos de caminata, nos dijo, "Bueno, yo me tengo que dirigir hacia allá para recoger un aparato pero ustedes suban por esta calle y al final encontrarán la dirección que buscan."

Nos tomó otros diez minutos de caminata y tuvimos que preguntar a varias personas pero finalmente encontramos la calle que buscábamos.

El edificio que señalaba nuestra reserva como el lugar donde nos alojaríamos me pareció ser un dormitorio para estudiantes. ¡La razón que me pareció un dormitorio de estudiantes es que ES un dormitorio de estudiantes! Está situado en el barrio antiguo judío; de hecho es donde se alojan los estudiantes que vienen a la cercana Universidad de Castilla-La Mancha.

En el camino, y mientras buscábamos la dirección, habíamos pasado frente a la Catedral, la Sinagoga y un sin número de tiendas que venden chucherías para turistas. Es decir, calles congestionadas de gente. Pero, finalmente, el área donde está el edificio resultó ser muy agradable. Hay un parque enfrente y Santa María la Blanca, una vieja iglesia de estilo Romano, está a escasos cincuenta metros; justo al doblar la esquina está una calle repleta de bares, cafés y restaurantes.

Entrar el edificio para que se nos asignara nuestra habitación nos llevó algo de tiempo. Timbramos, tocamos la puerta, gritamos: todo en vano. Nadie acudió a abrirnos. Finalmente, un joven estudiante salió del edificio y nos permitió entrar pero nos advirtió que la señora encargada del edificio no estaba en casa. Tuvimos que esperarla una media hora.

Cuando por fin llegó y nos asignó una habitación, si bien el cuarto era simple y sin lujo alguno (algo definitivamente para estudiantes) la vista que ofrecía compensó las dificultados que tuvimos para llegar hasta el edificio. Esto es lo que vimos al abrir la amplia ventana del cuarto:



Lo que se ve a la derecha es Santa María la Blanca y la otra luz marca la calle donde está el Museo del Greco.

"Me parece que no hay lugar donde estacionar el auto por estos rumbos," dije. "Creo que será mejor dejarlo en el garaje; la renta diaria no es cara y no vale la pena arriesgar una infracción."

"Y, ¿nuestro equipaje?" preguntó mi esposa.

"Bueno, pues tendremos que caminar hasta el Alcázar, aprovechamos para comer algo decente y luego a pie nos traemos las maletas."

Más fácil decirlo que hacerlo: el caminar cuesta abajo hacia el Alcázar no presentó problemas; caminar cuesta arriba con las maletas brincando sobre las calles empedradas fue una verdadera delicia.

Llegamos hasta el auto y sacamos las maletas. Decidimos no perder tiempo y compramos algo en el camino para comer una vez que hubiéramos regresado a la habitación. Vimos uno de esos restaurantes modernos que venden la acostumbrada comida chatarra moderna: los famosos "wraps", falafel, y sándwiches a la orden tipo Subway. Resultó que la persona que atendía era un MEXICANO. Al escuchar su acento le pregunté que de donde era. Me dijo ser nativo de una ciudad del noreste de México, Torreón.

"Me fui a trabajar como inmigrante ilegal en los campos de California," nos explicó, "y en un baile conocí a una chica española. Nos casamos y, pues, aquí estoy."

Nos contó muchas anécdotas de la ciudad, entre ellas que los dueños de la mayoría de las tiendas que venden chucherías a los turistas no son gente de Toledo sino que son extranjeros que emplean a la gente local para que administre las tiendas y como presta nombres para evitar las leyes que prohíben que los extranjeros sean propietarios. Fue entonces que me hizo sentido porque muchas de las tiendas no me parecían españolas. Aquí está una muestra:



Es Claudette saliendo de una tienda muy "española" llamada Bijou Brigitte.

Una vez que estábamos de regreso en la habitación, buscamos donde comer nuestros sándwich en paz. Cómo lo apunté anteriormente, el edificio es una residencia estudiantil y el "comedor" es, por lo tanto, del estilo que uno espera ver en estos edificios: mesas largas de una pieza con banquillos, no con sillas, hornos de microondas, cafeteras automáticas, máquinas expendedoras de golosinas y un refrigerador común lleno de contenedores de comida etiquetados con nombres de extranjeros. 

Ya era de noche cuando terminamos de cenar; por lo tanto subimos a la habitación a asearnos un poco para luego salir a seguir explorando la ciudad. 

La verdad es que nos desilusionó Toledo. Si, tiene su cuota de vetustas iglesias, una magnifica catedral, monumentos históricos, y así por el estilo, pero por doquiera que uno va te encuentras con grupos de turistas (muchos de ellos de Chinos y de Japoneses) que siguen a un guiá y se amontonan en los lugares donde hay algo interesante que ver; se dedican a tomar fotos y a escuchar a sus guiás explicar en voz alta (en ocasiones con micrófono y altoparlante) lo que están viendo. MUY molesto para quien no es parte del grupo. 

Pero, eso no es lo peor. Lo que encontramos deplorable fue los cientos de tiendas vendiendo cuanta baratijas y bagatelas uno se puede imaginar, la mayoría de mal gusto, y las docenas de restaurantes, bares y cafés que producen toneladas de basura (servilletas, colillas de cigarrillos, contenedores de comida chatarra, etc.) que por costumbre o negligencia hasta los propios españoles tiran simplemente al suelo o la calle al estar sentados en una mesa al exterior. 

Toledo fue un cambio brusco comparado con Aranda de Duero donde no nos sentimos como turistas sino como parte de la gente del pueblo que estaba celebrando las fiestas de la virgen de un modo muy particular, lleno de gracia, alegría genuina y sinceridad. En Aranda eramos simplemente parte del pueblo que celebraba. En Toledo, nos sentimos como parte de una manada, de una muchedumbre anónima.

Después de caminar sin rumbo por un buen rato, subimos, desanimados y cansados, por las sinuosas calles hasta nuestra habitación. La única nota de sabor local fue ver las familias locales que disfrutaban el aire fresco de la noche en el parque que esta en frente del edificio. 

Nos retiramos a tomar un merecido descanso y el día siguiente de nuevo intentamos descubrir algo interesante y genuino de la ciudad; pero, todo era lo mismo doquiera que íbamos: tiendas de baratijas, grupos de turistas abarrotando los lugares de interés, y las calles repletas de gente. Desesperados, y contentos de haber contratado solamente dos noches de la habitación, regresamos para descansar un poco tras haber caminado, cuesta arriba y cuesta abajo, por las calles de Toledo; de pronto, escuchamos que tocaban la puerta. Era el dueño del edificio, la persona que nos rentó la habitación

Resultó ser un hombre joven, amable y amigable, quien confirmó que efectivamente la mayoría de los inquilinos del edificio son estudiantes que vienen a Toledo para estudiar lenguajes en la Universidad. Nos dijo que piensa cambiar el giro del edificio, remodelarlo y convertirlo en un verdadero hotel. Le hicimos saber, con cierta reserva, que estábamos muy desilusionados con la ciudad; nos dijo que antes de partir deberíamos ver el "verdadero" Toledo de los barrios antiguos y los "cobertizos y callejones." (Vale la pena seguir la liga a continuación para ver a detalle como se están restaurando estos barrios de la ciudad: 

http://www.toledo-turismo.com/es/cobertizos-y-callejones_106 )

Nos dijo que estos viejos y oscuros callejones se están restaurando para que sean otro atractivo para los turistas. Dijo que los callejones se muestran especialmente atractivos de noche cuando la oscuridad les da un toque romántico. Comentó que los llamados "cobertizos" resultaron así debido a que los techos de las casas adyacentes se unieron para crear una cubierta del callejón. Algunos de los callejones, nos explicó, tienen canales a la altura de los ejes de las carretas lo que permitía que estas circularan por ellos en otros tiempos. La mayoría de las casas estuvieron habitadas por familias judías antes de que estas fueran expulsadas de España. 

Decidimos ir a verlos esa mismo noche. Ya que esta sería la última que estaríamos en la ciudad, ni lentos ni perezosos, tomamos rumbo según las indicaciones que nos había dado el dueño del edificio. Pero, inmediatamente nos pedimos.

Por fortuna, terminamos frente a una estación de policía. Dice el dicho que Dios protege a los tontos y a los inocentes; en nuestro caso se cumplió porque entramos a pedir indicaciones y se dio la casualidad que uno de los policías estaba a punto de terminar su turno e irse a su casa. Resultó que el policía vive en el barrio de los callejones y no solamente nos acompañó hasta dicho barrio sino que nos contó anécdotas, historias y leyendas al respecto.

El joven policía fue un magnifico guiá. Señalaba las casa y edificios, las callejuelas y callejones que pasábamos y explicaba, contaba, anotaba cosas de interés. También nos dijo que si nos perdíamos, lo más indicado era buscar escaleras y escalinatas cuesta abajo y así descender hasta el centro de la ciudad.

"Solamente busquen escalones como estos," dijo señalando unos, "y bajen, bajen. Eventualmente, llegarán al centro de la ciudad."

Esta es la foto del callejón donde iniciamos nuestra aventura.



Durante dos horas anduvimos perdidos en el laberinto de callejones; por fin llegamos a un espacio abierto, a una especie de plaza. Estaba llena de gente, disfrutando el fresco de la noche, comiendo y bebiendo en las mesas de un restaurante que estaba a un lado de la plaza. Era un lugar alegre, con luces por doquier y música en vivo amenizando a los comensales.

"Ah, aquí es donde vienen los Toledanos a esconderse de las mandas de turistas," dije.

Era un bello contraste con las calles atiborradas de tiendas del centro de la ciudad; aquí había árboles y flores, casa grandes bordeando la plaza y dándole un sentido de intimidad, de protección contra intrusos.

Sin embargo, ya cansados, decidimos que habíamos visto lo suficiente de los callejones y quisimos regresar a la habitación. El problema era que no teníamos idea de como regresar. Por lo tanto, seguimos los consejos del joven policía y buscamos escalones por donde descender. 

Después de andar deambulando por ahí y de bajar por cuantos escalones encontramos, si llegamos al centro de la ciudad. Pero, ahora había que ir cuesta arriba hasta nuestra habitación. ¡Vaya miseria andando que presentábamos al llegar finalmente a nuestro cuarto! Estábamos muertos de cansancio cuando nos acostamos a dormir esa noche.

La mañana siguiente y antes de partir decidimos desayunar en uno de los cafés a la vuelta de la esquina y luego visitar el Museo del Greco. El desayuno, como siempre en España, fue excelente: grandes croissants y sabroso café. Panza llena, corazón contento, nos dirigimos al Museo del Greco. ¡Pues, nada! El famoso museo fue otra decepción: por OCHO euros uno puede pararse a ver una reproducción del "Entierro del Conde de Orgaz" pintada sobre una pared. El "guiá" repite incesantemente las misma letanía respecto a los personajes que se encuentran en la obra. Los visitantes se amontonan a escucharlo ante una valla que los separa de la pintura. Eso es TODO lo que hay en el museo.


Decidimos que ya era hora de irnos de Toledo y caminamos cuesta abajo hasta nuestro auto, arrastrando las maletas sobre los empedrados. Pagamos la estancia del auto en el garaje y salimos de la ciudad. Próxima parada: Córdoba.

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