jueves, 5 de enero de 2012

La Novena Razón Por La Que Vine A Francia

Después de unas largas vacaciones, debido a las festividades de Navidad y Año Nuevo, y de la visita a mi hijo en Madrid, estoy de regreso y listo para continuar mi conteo de las razones por las que vine a Francia.

Bien, pues la razón número 9 es: El Patrimonio.

Los franceses están muy orgullosos de lo que llaman "Le Patrimoine" y lo que nosotros los habitantes del Nuevo Mundo llamamos "una montaña de viejas piedras".

Ahora bien, no quiero decir por esto que dicho patrimonio es algo despreciable, al contrario. El hecho es que esta gente amontona dichas piedras de maneras muy interesantes: castillos, edificios públicos, iglesias, este, castillos, puentes, y, pues, castillos.

Aquí en el sur de Francia, uno puede encontrar más castillos viejos que edificios nuevos y el número de estos se ve ampliamente incrementado por viejas mansiones y hasta viejas casas privadas.

Parece que cada Juan, Pablo y Pedro que tiene un "titre de noblesse" (título de nobleza) sintió obligatorio edificar un castillo y todo aquel que se enriqueció, ya sea por habilidad propia, o más frecuentemente, por herencia, pensó obligatorio construir una ENORME mansión de 50 o más habitaciones de las que únicamente se utilizaron 10.

Todos estos ricachones y nobles rápidamente encontraron que no podían mantener esas locuras habitacionales; por tanto, se las entregaron al estado cuando la acumulación de impuestos así los obligaron. Así fue como Francia ha llegado a ser propietaria de tanto "patrimonio".

Claro está, el estado—notablemente ciudades como París—encontraron que estos "montones de piedras" se podían convertir en montones de oro mediante la alquimia del turismo. Los franceses rápidamente descubrieron que gente de todo el mundo, aún aquellas que tienen patrimonio propio, o que tienen un tipo de patrimonio diferente, les encanta venir aquí a tomar fotografías de el patrimonio francés. No hay mejor ejemplo que las turbas de los "nouveaux riches" del mundo, los Chinos, que vienen a tomar fotografías de todo lo que parezca antiguo: edificios, pinturas, gente. Es como si se les hubiera olvidado que ellos tienen su propia montaña de piedras viejas, La Gran Muralla. O quizás ya se cansaron de tomarle fotos a ese monumento y buscan nuevo material con que aburrir a sus amigos y parientes: "¡Mila, Chan Zeu Tong, ahí esta Chi Zeu Li junto a la Mona Lisa! ¡Qué glan padecido, ¿no?!"

Por nuestro rincón del mundo tenemos más patrimonio que pater nosters. Este mayormente consiste de castillos sin chiste y una gran variedad de mansiones, sobre todo aquí en Biarritz. La mayoría de estas se han visto divididas en apartamentos para yuppies.

Como curso obligatorio para todo nuevo residente de Francia, mi esposa me ha obligado a ver dos ejemplos notables al respecto: el Chateau d'Urtubie,



y la casa (si así se le puede llamar a tremendo armatoste) donde vivió Edmond Rostand, aquel escritor famoso por el "Cyrano de Bergerac".



El primero de estos es un viejo castillo que ha sido propiedad de la misma familia desde el Siglo XIV, de acuerdo al novedoso sitio de web dedicado al lugar.

http://www.chateaudurtubie.fr/urtubie/

Este vetusto edificio ha tenido que sufrir la indignación de tener que aguantar a cientos de turistas que pasan por sus habitaciones cada año, así como el ver instaladas albercas y otras "facilidades" para que la gente pueda albergarse ahí y así poder decir que se han alojado en un castillo, y no en un viejo y deteriorado cascarón de castillo. La mayoría de estos viejos inmuebles se les ha convertido en salas de recepción para bodas y para hombres de negocios que gustan pretender que van a una junta para fortalecer el "espíritu de equipo" y terminan emborrachándose y divirtiéndose como niños.

El hecho de que el estado subsidia a quien se atreve hacerse cargo de estos caserones permite que cualquiera se convierta en "châtelain" por antonomasia. Así vemos desde profesores retirados a jóvenes empresarios convertidos en "señores guarnecidos tras torres y fortalezas". Ya no hay que ser tan "noble" para verse acastillado.

Nosotros visitamos el Chateau d'Iturbie un día de verano y deambulamos por sus vastas y altas habitaciones siguiendo a la mujer quien es descendiente de la familia pero que no vive ahí. Es suficientemente inteligente para vivir en Biarritz en un apartamento confortable con todas las comodidades modernas.

Debo admitir que la visita me pareció un poco aburrida y que el evidente deterioro y mezcla de artefactos modernos con las cansadas paredes y balaustradas antiguas me entristeció. Ya no tienen el impacto que ha de haber sorprendido a las gentes de otros tiempos.

La mansión donde vivió Edmond Rostand también sufrió un destino similar. Si bien recibió mucho dinero como regalías de la obra cuyo protagonista principal es el caballero de la larga nariz, no hizo suficiente dinero para permitir que sus herederos mantuvieran en forma la mansión.

Con sentido del deber subimos las enormes escaleras y atravesamos los pisos de maderas exóticas; mi esposa se preguntaba como sería el haber vivido en una casa maravillosa como esa y yo me preguntaba como diablos le hacían para mantenerla a una temperatura agradable en el invierno: la verdad es que no lo podían hacer y vivían congelados de frío. La casa eventualmente fue "entregada" a la ciudad y se mantiene (ya se lo han de imaginar) mediante visitas pagadas y de rentarla como hotel y lugar de reuniones.

Francia, como el resto de Europa, celebra su Patrimonio durante algunos días designado para ello, pero como lo admitió el Ministro de Cultura, es difícil de vender la idea de gastar en su mantenimiento: “Patrimoine : le mot renvoie vers l'immobilité apparente, l'hiératisme des vieilles pierres,” declaró. (Patrimonio: la palabra se refiere a la aparente inmovilidad, la hierática de piedras viejas .) En otras palabras, cuando se habla de patrimonio, lo que viene a la mente son piedras viejas y solemnes: exactamente lo que yo pienso.

La cuestión es que el Patrimonio es una cosa buena pero no cuando hay demasiado de este; en exceso, se convierte en un problema. El gobierno francés se ha estado deshaciendo del algunos castillos y edificios viejos mediante la venta de estos a cadenas hoteleras. La verdad es que hay solamente cierta cantidad de viejos edificios que se pueden convertir en oficinas de la burocracia. El resto no es utilizable pues imagínese usted lo que cuesta instalar calefacción central en esos vetustos muros. Y ni que decir del costo de mantenimiento que implican.

Pero, si castillos y mansiones son un problema, también lo es el Patrimonio situado en el otro extremo de la escala: las casas privadas. Aquí en Francia, se construyen pocas casas. La mayoría de la gente vive en casas que se van pasando de generación en generación. Rehabilitar y acondicionar estos inmuebles, que son frágiles e incómodos, es costoso.

La casa en que vivimos, por ejemplo, tiene más de 150 años. Las vigas que componen la estructura del techo y el segundo piso estaban siendo carcomidas por insectos. La ciudad tiene un departamento que ayuda económicamente a mantener edificios de cierta edad. Este subsidió el tratamiento y el reemplazo de la madera del piso superior. Es loable la intención del estado por mantener o ayudar a mantener este patrimonio, por decirlo así, personal. Pero, uno se pregunta, hasta donde es conveniente o posible.

Al otro lado de la calle, los herederos de la señora que habitaba una gran casa están acondicionando esta como lugar de verano. En lugar de tirarla y construir algo nuevo (que es lo que se haría en EEUU o México), la destriparon y la van a modernizar por dentro pero han mantenido la fachada de la casa que ellos recuerdan de su niñez.

Es algo agradable el mantener las ligas con la tradición y la memoria de lo que fue pero la pregunta persiste: ¿todo está sujeto a ello y todos lo deberíamos de hacer?